El suero de la verdad ha sido objeto de todo tipo de leyendas urbanas y de películas de ficción.
El primer suero de la verdad se dio a conocer a principios del siglo XX. Se administraba escopolamina llamada también burundanga ,a las mujeres que daban a luz y se detectó que esto les ayudaba a soportar mejor los dolores, pero también que se volvían más desinhibidas y hablaban sobre detalles íntimos de sus vidas que no confesarían en situaciones normales.
Más tarde en la Segunda Guerra Mundial se empleó otro suero de la verdad , el pentotal sódico , para obtener confesiones de prisioneros.
Es una droga derivada del ácido barbitúrico que se emplea especialmente como anestésico o para inducir estados de coma. Hoy en día es el propofol el que etiquetaríamos de suero de la verdad moderno, siendo el anestésico más utilizado en todo el mundo.
Su efecto es una ralentización de varias funciones del cerebro. La consecuencia es que la persona “baja la guardia” frente al entorno. Por lo tanto puede expresar los contenidos reprimidos sin ninguna restricción dando lugar a una gran desinhibición. Pero no necesariamente induce a decir “la verdad”, sino que saca a flote todo tipo de contenidos. Esto incluye fantasías reprimidas, ideas imaginarias, etc. Por lo tanto, para los neurocientíficos no se puede hablar de un suero de la verdad en sentido estricto, ya que es muy fácil que los testimonios de fantasía aparezcan mezclados con los testimonios de realidad, sin que sea fácil distinguir entre unos y otros.
Hace unos años se realizó un estudio liderado por un cirujano cardíaco que se sometió al suero de la verdad con el objetivo de mantener una falsedad hasta el final y lo consiguió.
Es por ello que los sueros de la verdad no son éticamente aplicables ni en la práctica psiquiátrica, ni en confesiones de asesinos, ni en estrategias de investigación o espionaje.